Según los estándares humanos somos capaces de sobrevivir alrededor de 3 minutos sin
respirar, 3 días sin beber y 3 semanas sin comer.
Este proyecto nace de una experiencia personal, de la constatación de que ciertas dolencias y
malestares corporales tienen un origen psicológico. Manuel Minch reflexiona sobre las
limitaciones individuales y los estados latentes en nuestros cuerpos ante los retos que hemos de
asumir día a día. Incide especialmente en el estado de ansiedad que la gestión del tiempo provoca
en una sociedad hiper productiva como la nuestra, haciendo que el individuo somatice el estrés y
acumule disfunciones, deformaciones y tics que desgastan y maltratan al cuerpo.
En un interesante juego de relaciones y metáforas, realiza una serie de piezas con materiales y
técnicas vinculados a la medicina, la construcción y la escalada, que se explicita a través de la
construcción de curiosos rocódromos (símbolo de la superación de los límites) cuyos apoyos
están compuestos por reproducciones en 3D de órganos del propio artista.
El grueso de la exposición está formado por representaciones de diferentes órganos y partes del
cuerpo: tórax, pulmones, estómago, costillas, huesos, pulmón... Están fabricados con cuerdas,
escayola, vendas, sal e impresiones 3D, con un acabado blanco prístino que mistifica el origen
carnal y sangrante que se le suponen a los órganos que estructuran los cuerpos. Resulta creativo
relacionarlo con ese cuerpo sin órganos de la utópica visión de Artaud: “Cuando le haya dado un
cuerpo sin órganos, /entonces lo habrá liberado de todos sus automatismos y devuelto a su
verdadera libertad”. Deleuze lo recogía en su análisis de los cuerpos intensivos de Francis Bacon:
“el espíritu es el cuerpo mismo, el cuerpo sin órganos”. En un acto que podría considerarse
catártico, incluso chamánico, Minch siente la necesidad de sacar los órganos del cuerpo,
reproducirlos simbólicamente y mostrarlos. Los descontextualiza, los desvirtúa, los “extrae” de su
envoltorio natural y los muestra teatralizados para que nos cuenten algo, para interrogarnos, para
poner en cuestión las presiones a las que están sujetos. Como ya vaticinó Joseph Beuys en su
instalación de 1976, solo “mostrando la herida” es posible su curación. Y esta es una herida
sistémica y universal que, sobre todo en las ciudades, se extiende como la pólvora.
El aspecto de estas falsas anatomías se asemeja a las concreciones de calcio de los arrecifes
coralinos, sensibles y frágiles, cuyo alarmante deterioro certifica la fragilidad de los ecosistemas y
el peligro constante al que están expuestos a causa de la continua amenaza medioambiental.
Las partes realizadas con impresiones 3D nos recuerdan que ya se están ensayando
reproducciones de órganos con esta tecnología en materiales que se puedan instalar en cuerpos
reales sustituyendo a los originales deteriorados. Una utopía que nos introduce de lleno en el
nuevo paradigma del ser posthumano que ya habitamos y cuyos derroteros están por ver. Y más
allá de la imperfección de la materia, surgen existencias virtuales en corporeidades inoxidables.
Es posible que estemos teniendo una consciencia del cuerpo sin precedentes en los últimos
tiempos, muchos artistas hablan de ello de diferentes maneras, recordando que estamos luchando
contra el tiempo y nuestros ritmos naturales. Seguimos necesitando un diálogo con nuestra
corporeidad, recordando la antigua máxima mens sana in corpore sano, sabiendo como ya sabemos
que mente y cuerpo son la misma cosa, que la salud de ese organismo está conectada a la salud de
la comunidad en que se inserta y que esta depende a su vez del sistema que la organiza.
Somatizar, según la RAE, es transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera
involuntaria y vivimos en una sociedad que para corregir esa somatización está cada vez más
medicalizada, sobreviviendo en muchos casos a base de drogas y psicofármacos.
Estos nuevos entes, juegos de cuerdas y nudos complejos que asemejan nuevos órganos cual
formaciones coralinas, son también signos, trazos que “siguen con el problema” (Donna
Haraway), con la necesidad de actuar para mejorar un mundo que es cada vez menos habitable.
Texto: Lidia Gil